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Enterradas entre capas de interludios aburridos y resignados las esperas nos sirven para valorar de nuevo nuestras actitudes y suposiciones inconscientes. La lluvia, por ejemplo, todo el mundo considera que la lluvia como algo restrictivo en vez de redentor. Y a menos que hayas tenido que dejar tu casa por un diluvio o una inundación, sería interesante recuperar el encanto de los días lluviosos.
Piensa que la lluvia, desde las primeras gotas de una llovizna suave hasta la tormenta es una compañera permisiva. La lluvia aporta serenidad a nuestros empeños diarios porque nos ralentiza, o eso debería hacer.
Re descubrir el esplendor de la lluvia a través de los sentidos es una manera estupenda de hacer un reajuste en la actitud.
Contemplar una tormenta desde el sofá, desde una silla junto a la ventana, un asiento o desde la cama, sobre todo cuando el cielo oscurece, es emocionante; mirar a través del prisma de las gotas de lluvia arranca sonrisas tan maravillosas como el arcoiris en el cielo. Abrir un poco la ventana para escuchar la melodía es tan relajante que son sonidos recomendados para insomnes. Dormirse acunado por las gotas de lluvia que caen persistentemente en el tejado es sublime.
Cuando te sorprende la tormenta fuera de casa ¿qué haces? ¿te mojas o te permites sentir la lluvia en tu piel? Respira la fragancia de la lluvia antes de cerrar la puerta a tu espalda. La lluvia huele distinto en el asfalto, en el jardín, en el campo o en la playa.
La lluvia primaveral huele a limpio y a tierra; la fragancia de la lluvia de verano es intensa y especiada como un incienso.
Uno de los mayores deleites es llegar a casa empapado por completo, desnudarse, tomar una ducha caliente y ponerse la pijama y unos calcetines.
Esperar nos obliga a prestar atención al momento presente de la vida, haga el tiempo que haga, nos guste o no. Los días de lluvia son poderosos alicientes personales que nos recuerdan que, en nuestro deseo de realizar muchas cosas cada día, apreciamos muy poco las pausas naturales.